El final del cielo by Alejandro Gándara

El final del cielo by Alejandro Gándara

autor:Alejandro Gándara [Gándara, Alejandro]
La lengua: spa
Format: epub
Tags: Novela, Fantástico
editor: ePubLibre
publicado: 1990-01-01T00:00:00+00:00


Entre las tres y las cuatro. Día 2

Tardé bastante en conseguir que el cuerpo se incorporase y se sostuviera sentado. La conciencia llegó antes que la fuerza para enderezar lo demás. Lo primero que dijo esa conciencia es que yo era un hombre que daba lástima. Había perdido el conocimiento en dos ocasiones desde que decidimos dejar el lago. Sabía que eso ya no podría borrarlo de la memoria de mis hijos. Jamás. También sabía que era un hombre que ya no llegaría a ninguna parte. Este pensamiento fue el único que me tranquilizó de una forma rara.

Mis hijos no olvidarían mi debilidad o mi inutilidad, pero por lo menos no iría a ninguna parte donde tuviera que ver cómo ellos eran incapaces de olvidarlo. Una tranquilidad extraña, sí, pero la única tranquilidad verdadera desde que la avioneta se estrelló. Estaba en paz conmigo mismo, de repente, por el solo hecho de pensar que ya no tendría que llegar a ninguna parte. Había demasiadas montañas para mí. Tal vez tuviera que quedarme en algún sitio sin poder seguir la marcha o tal vez me despeñara dentro de un minuto.

No se trataba de que yo no pudiera llegar. Para ser sincero, también se trataba de que ya no quería llegar. Suponiendo que un milagro me sacara de allí, ¿qué haría yo ante los ojos de su madre, ante los ojos del mundo cuando me mirasen?

Una vez soporté el desprecio de mi mujer, aunque sólo fuera con la mirada. Estábamos en el balcón y ella todavía no me había dicho que quería que nos separásemos. Yo empecé a contar todos los proyectos que tenía para el futuro, todos los libros que quería escribir y toda la fama y el dinero que iba a ganar con ellos. Le hablé con entusiasmo de la historia que estaba escribiendo y luego estuve esperando, en silencio, que ella dejara de mirar la calle donde jugaban los niños y me dijera algo.

Ella se volvió, efectivamente, después de un poco. Y me miró. Fueron dos ojos perfectos, tranquilos e indiferentes que pasaron a través de mí como si mi carne fuera cristal. Quizá no se dio cuenta ni de que me estaba mirando. En ese momento supe que el futuro se había terminado. Y que aquella mujer ya no era la mía. Mejor dicho, que yo ya no estaba en su mirada.

Nunca más volvería a enfrentarme a aquellos ojos. Además, y por suerte para mí, no existía ninguna posibilidad de que saliera de aquellas montañas. Sólo pedía a los dioses del lugar que sacaran a mis hijos. Aunque, por alguna razón, yo tenía una confianza ciega en que mis hijos encontrarían la salida y la salvación. Nunca, mientras pensaba en mi muerte, pensé que mis hijos tuvieran que morir por eso. Más bien, al contrario. Yo era una carga de la que sería mejor que se librasen pronto. Pensaba que, una vez librados de mí, la salida y la salvación se producirían instantáneamente. Las montañas abrirían sus puertas



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